La tierra, el hueso y la obsidiana -WIP-
- Gerardo Elizalde
- 5 mar 2018
- 17 Min. de lectura
Actualizado: 8 mar 2018

CAPÍTULO I
Yej Susen
Llegaron diciendo que ya se iban a quedar aquí, que porque estaba más fresco que en el sur. Pero yo no les entendía nada, y menos tu tía Niza, que estaba tan chiquita, porque los máximos señores aún no le habían mandado su sangrado, pero tu mamá Guie era la que si les entendía gracias a tu abuelo, aunque los chamanes de Lyobaa[1] nos decían que no los escucháramos, pero tu madre era tan terca como el mismísimo rey Cosiiopii. Él tampoco les tenía miedo, ni siquiera cuando lo fueron a sumergir a una tinaja llena de agua, que dicen que para que le entrara otro dios que sangraba de la cabeza. ¡Un dios que sangraba de la cabeza! ¿En eso creen ahora? Pero pues ya hasta nombre nuevo le habían puesto. Huam, o Xuan, o algo así me decía tu madre Guie, pero ya no era Cosiiopii, según, y yo pensaba en el pobre del señor Cosiioeza, allá desde abajo, junto a la figura del tecolote, acompañado de Pitao Bezelao y Xonaxi Quecuya[2], viendo como su hijo renegaba de su nombre hermoso nombre de lluvia y de viento.
Pobre del buen señor Cosiioeza, enterrado en lo más profundo de la abandonada Zaachila, ya sin nietos si quiera que lo visiten, allí está que hasta árboles enfermos le plantaron, que seguro ni le hubieran gustado, porque estaban todos débiles y grises, y no había ningún parecido entre éstos arbolejos y el hombre valiente y poderoso que era el gran señor Cosiioeza. Allí está esa vez que llegó el Pueblo de la Lluvia[3], que se los echó a todos en el cerrote ese que se ve a lo lejos, o cuando hasta se puso bravo con los otros, los descendientes de Tenoch, esos que hasta mandaron a su rey Espina del Río, que llegó muy osado con sus hijos, nuestra señora Xilabela y el joven Águila que Desciende[4] según me contó Guie, a negociar la paz con un casamiento, y por eso fue que nació el joven Cosiiopii y las niñas Pinopiaa y Donají, pero ya nadie vive más que Cosiiopii y sus nietos que ya no se llaman ni Naatipa ni Nioceguixe ni Bitiquiebba porque ya tienen nombres largos de esos que ni saben escribir, por eso me gustaba el nombre de Donají, por cortito, y porque era tan linda la princesa, que mal tuvo en encontrarse y enamorarse de ese Nucano, que si bien era el príncipe del Pueblo de la Lluvia, ni las manos puso cuando le cortaron la cabeza a la niña Donají, y allí está que se murió así con su nombre bueno, para la fortuna de ella y para el agrado de los señores, pues verás, que yo también tengo uno de esos nombres largos, pero pues ni me lo sé pronunciar ni me lo sé escribir, así que sigo usando el nombre bueno y cortito que tu abuela me puso, no tan cortito como el de tu tía Niza o el de tu mamá Guie, pero si cortito gracias a que sobre las cenizas cayó una flor de azucena[5], y no la pata de un animal de nombre largo, porque me hubiera tocado un nombre largo así como los de éstos que, como te estaba diciendo, llegaron encima de esos animales que se ven seguido por acá, esos ciervos gigantes y calvos, a decirnos que ya se iban a quedar aquí[6].
María Antonia
Cruzamos el río, dos veces, de ida y de vuelta, visitando en cada vez a Nuestra Señora de la Soledad, como mi madre había ordenado. En Teposcolula siempre se hablaba de la ciudad, pero es hasta ahora, en mi primera visita a nuestro honorable tío Gerónimo Velasco, que entiendo por qué todos se maravillan al verla, y el por qué le llaman la Verde Antequera[7], y es que esa cantera de tan particular color, la usan para todos los edificios, nuevos o viejos, civiles o religiosos, grandes o chicos. Pero he de confesar mi debilidad al sol del exterior, que es tan afanoso que lo siento atravesar mi sombrilla para pegar directo en mi frente y mejillas, tan insoportable que tengo que tomar un baño cada tercer día.
Y es que no suelo salir mucho de Teposcolula. Sólo a veces que mi padre necesita pasar un tiempo en Yanhuitlán pero, por desgracia, no solemos pasar más de un mes allí. Las temporadas de estancia largas sólo ocurren cuando a mi padre no le coinciden los números de las mercancías, y eso le molesta en demasía, cuando mezclan los sacos de la grana cochinilla con los de chile o los de frijol. A mí me gusta mucho acompañarlo, y disfruto el tiempo de espera con toda la escenografía que se monta en un día de mercado; el olor de la madera en exhibición, los múltiples colores de la seda, los finos detalles en plata y pluma de quetzal. Incluso a veces llegan cargamentos de oro, y vaya que es bonito. La iglesia también me gusta por ser tan alta, como de 30 varas de alto y 18 varas de ancho[8], que según el acérrimo amante de la arquitectura que es mi padre, se debe a los grandes “contrafuertes” que ayudan a soportar el peso de las bóvedas de nervaduras. También me dijo alguna vez que tanto la fachada exterior como el retablo en el interior, son de un estilo que llaman barroco, pero que en éste último, los dorados ornamentos muestran hojas y frutos con algunas pinturas que tienen como doscientos años, mientras que en la primera, sobre todo destaca el relieve que seguro que es de la Virgen del Rosario[9], a la que conozco bien porque a mi hermana mayor la bautizaron con su nombre, en agradecimiento a sus milagros. Desde entonces que mi madre se convirtió en una verdadera devota, al grado de comprar a los artistas locales cualquier figurita o pintura de la Virgen.
Respecto a mi padre, me gusta mucho más escucharlo hablar de arquitectura que de números, pues éstos últimos los detesto en demasía. Pero lo que si me molesta bastante, es que por ser un punto importante del Camino Real, va y viene mucha gente, y la hospedería suele llenarse de personas muy extrañas[10]. Cuando está más vacío, se puede escuchar a través de las paredes del convento, al grupo coral ensayando las misas dominicales, pero cuando está lleno, se oyen muchos murmullos y las voces del coro no alcanzan a distinguirse. Es entonces cuando convenzo a mi padre para que hable con el sacerdote y me deje estar en un cuartito de la biblioteca, acompañada claro, de doña Ángeles, una agradable señora de rasgos indios que me pasa de contrabando algún libro para leer mientras nadie está cerca, y que incluso me avisa cuando el joven Luis llega a visitar el claustro. Y es que don Luis es el hombre más varonil y galante que he visto en mi vida, sin exagerar ni siquiera un poco, y suelo pedir a Nuestro Santo Padre y a la Virgen del Rosario que inserte en él un ápice de cariño bien fundado hacia mí y gire su rostro al menos una vez hacia la ventana en donde me encuentre leyendo.
Ana Laura
3 de Marzo. Huamelúlpan está demasiado lejos de, prácticamente todo, y aun así, encontramos un cuchillo de obsidiana que –creemos– coincide a la perfección con el de Yagul. ¡Más de cien kilómetros en línea recta y casi doscientos kilómetros por la ruta del valle! Aún no le hemos avisado nada a Vargas, pero Esteban y yo, dudamos en si es sensato mencionar el hallazgo considerando su finísima capacidad de ignorarnos en todo, hasta de darnos el crédito por nuestro trabajo. Como cuando fotografiamos la alineación de la luna coincidiendo con en el sitio de San José el Mogote, diciéndonos el muy cabrón que ya todo mundo sabía de los cálculos y conocimientos astronómicos de los zapotecas. Pues sí, quizá todo el mundo sabía la importancia de la cosmogonía en su cultura, incluso en asentamientos del Preclásico Medio como la de San José el Mogote, pero nadie había tomado una foto así de chingona, y eso bien que lo sabía, al exponerlo por su cuenta dos días después sin consultarnos en lo absoluto. En fin, que él pasó a sólo mostrarme las fotos a mí y yo prometí mencionarle mis hallazgos a él primero que a nadie. Y así estábamos justo cuando en Yagul –y después de tropezarme en una bajada partiéndome en mi madre– encontramos esa extraña pieza de obsidiana, cuya rareza se debía a un injerto de platería en la empuñadura de hueso. Es decir, o bien había sido fabricada por los españoles, o había sido creada por los indígenas y luego alterada por los españoles. O existe la remota posibilidad de que haya sido una alteración con fines comerciales de los vendedores de artesanías de Oaxaca que no vendió lo esperado y se desecharon. En cualquiera de los casos, tanto Esteban como yo podríamos haber seguido el protocolo para su clasificación, y no habría pasado nada, pero una corazonada me decía que algo especial tenía ésta pieza, y ahora que en Huamelúlpan nos topamos con este cuchillo casi gemelo, me doy cuenta de que mis intuiciones no estaban erradas.
8 de Marzo. Ya fotografiamos las dos piezas juntas, y el parecido es increíble. Más interesante aún es el injerto de platería en ambas, que serían idénticos si no fuera por una pequeña inscripción que varía en cada ejemplar. Hemos hablado de visitar las excavaciones que John Paddock[11] tiene a cargo cerca de Yagul por dos motivos; uno, para fotografiar y hacer apuntes de las expresiones artísticas como los relieves estucados, la pintura mural y las detalladas urnas funerarias del sitio, y dos, para investigar sobre la costumbre de esa población de fabricar artefactos labrados en hueso. Esteban dice que los descendientes tomaban un hueso de su difunto padre para declarar el dominio sobre sus posesiones, algo que es una teoría bastante interesante, si no fuera por el hecho de que sus chistes idiotas respecto al tema le matan toda la seriedad.
14 de Marzo. Paddock es un tipazo. Le enseñamos uno de los cuchillos y nos dijo que lo iba a examinar con su equipo, y luego nos invitó a entrar a la zona intervenida y nos explicó cómo Lambityeco se convirtió en un referente de la región, al ser un asentamiento especializado en la producción de sal, misma que obtenían mediante un proceso de evaporación de agua del Río Salado, en las cercanías del asentamiento. También nos explicó como las coaliciones entre grupos pequeños generaron una estabilidad política y económica a la caída de Monte Albán, y que dichas uniones se forjaban a través de alianzas matrimoniales entre personas de diferentes linajes. Entrados en esto, nos dio una verdadera cátedra sobre Dainzú, por ejemplo, que el nombre en zapoteco quiere decir “cerro de órganos” –porque en la flora local, abundan éstos por donde quiera que se mire–, pero que en realidad, el nombre más acertado sería el de Macuilxóchitl, por el nombre de la población y sobre todo, por ser el nombre de una de las deidades principales de la práctica del juego de pelota, algo muy característico de Dainzú, algo que Esteban siempre se refiere como al Wimbledon de Mesoamérica, por eso yo le digo que es un completo idiota.
21 de Marzo. No sé cómo fue, pero Vargas se enteró del cuchillo. ¡El muy cabrón se entera de todo por un carajo! Quizá ya esperábamos algo así de él, pero no se pudo haber enterado por una persona que no fuera el mismo John Paddock. La ciudad es un verdadero desmadre por los desfiles. Ya veremos Esteban y yo qué hacer al respecto.
CAPÍTULO II
María Antonia
No sé cómo es que soportan los fieles perros de Dios, los venerables frailes dominicos[12], semejante verano tan extremoso, que a veces, hasta transitaban con sus capas y esclavinas negras en pleno solsticio de verano. Aunque algo me comentó mi padre, con extremo júbilo y encanto, respecto a un tal señor Alonso García Bravo, un español que llegó junto a don Hernán Cortés y que desarrolló tanto los planes de la Ciudad de México como los de la Ciudad de Antequera. Me decía mi padre cómo había orientado ciertos edificios en una traza reticular, tratando de aprovechar la luz del sol sin comprometer en absoluto la temperatura interior. Pero apenas nos sentamos en la dsala de la casona de mi tío Gerónimo Velasco, me percaté de que el trabajo no había sido suficiente, y con la mayor de las penas, saqué mi único y viejo abanico enfrente de todos. Mi padre no dijo nada, ni tampoco mi tío que encendía con trabajos una pipa entre su abundante barba cana. Pero un señor a su lado, de feo bigote y piel sudorosa, sí que se había percatado, y yo no hice más que mirar hacia afuera de la ventana, para recibir en el rostro algo del poco viento que había. Fue entonces que alcancé a ver las torres campanario del Templo[13], una maravillosa obra por la que me moría de ganas de visitar, así que, sentada, sólo contaba las horas esperando a que mi tío nos invitara a un paseo por la zona. Su esposa, la tía Josefina, aún se conservaba jovial, y el calor parecía afectarle en nada comparado con lo que yo estaba sufriendo. Ella fue la que dio la pauta para visitar el convento, y tanto mi padre como yo, disimulamos la emoción que tal invitación nos causaba; la mía, por escucharlo a él contarme todo lo que él ya sabía, y la suya, por contarme a mí todo lo que yo quería escuchar.
Y era todo lo que esperaba y más. De lo que ya mi padre me había enseñado, sabía que tenía aspectos del barroco, y alcancé a reconocer en el cuerpo central de la fachada a Santo Domingo y a San Hipólito debajo del Espíritu Santo. El detalle del resto de los nichos era sublime, pero los volúmenes macizos bajo los campanarios, tan característicos de la arquitectura de los dominicos, nunca resultaron de mi agrado. Las cúpulas de éstos estaban cubiertos de azulejos, algo que mi padre me explicó que tenían una función tanto visual como práctica. Ya en el interior, a él se olvidó que llevaba a su hija, y se adelantó del grupo para observar a detalle, uno a uno, los relieves y las figuras que adornaban el templo y que, según me contó él, mostraban el árbol genealógico de Santo Domingo de Guzmán y algunos pasajes del antiguo testamento. Pero donde mi papá perdió la prácticamente la cabeza, fue con la bóveda vaída, que tiene más de cien medallones de mártires dominicos que resaltan en su acomodo en gajos, culminando en una bonita estampa del Espíritu Santo.
La visita se extendió hacia el jardín botánico, en donde mi tío, alejándose del grupo, decidió descansar bajo la sombra de un imponente guaje. Mi padre siguió tras de él, y me dispuse a seguirle, pero mi intento fue frustrado por mi tía Josefina, que me detuvo, introduciéndome en un cotilleo local del que yo desconocía todo, e infundiéndome el pánico con la falacia y la herejía de que un cura estaba en marcha hacia Antequera con otros generales y fuerzas militares, dispuesto a arrebatarle la ciudad a las fuerzas Reales. Los absurdos de mi tía disiparon mi atención sobre esos dos señores que se sentaron a platicar alejados de cualquier oído. Mi audición fallaba, pero mis ojos no me engañaban, pues juro por la Santa Madre Virgen del Rosario por la que nombraron a mi hermana, que vi a mi padre entregando a mi tío unas como dagas o cuchillos, con empuñadura de marfil y de una brillante hoja de color negro. Fue entonces cuando el señor de feo bigote y piel sudorosa se acercó por detrás de mi tía, y se me enseñó que él era nada más y nada menos que su primogénito, José Antonio Velasco, y fue entonces cuando tuvieron la delicadeza de notificarme que, antes del próximo solsticio, yo habría de convertirme en su esposa.
Ana Laura
8 de Abril. Nos citamos con John Paddock para cuestionarle respecto al cuchillo. Y creo en su versión de que no tuvo nada que ver con Vargas. Sobre todo por la reprimenda moral y ética a la que nos sometió por nuestras intenciones de no contarle nada a nuestro encargado cuando le explicamos sobre nuestras sospechas. Pero dentro de ese hombre recto y profesional, habitaba aún un niño enamorado de las culturas mesoamericanas, y de la sensación de encontrar algo nuevo que nadie más había encontrado jamás. Así que, sin comprometer nuestra naciente amistad, sugirió que regresarnos el cuchillo, tan pronto como fuera posible, a Vargas. Nosotros lo prometimos así, pero para uno de los cuchillos solamente.
20 de Mayo. Calor. Calor. Calor. Vargas no sabe nada, pero nada del cuchillo, y ya hasta anda diciendo que es una maquinación nuestra. Pfff. Como sea, el injerto de platería no debía de estar allí si era una pieza prehispánica, así que sigo con que lo más seguro es que algún indígena se lo haya fabricado a algún español y que éste, a su vez, se lo mandara a un orfebre para realizar el injerto y tener una pieza ecléctica. O mejor dicho; dos. Ya platiqué con Esteban, y vamos a contactar al Prieto para que le eche un ojo al injerto, o mejor dicho, dos. Sólo espero que su poder de convencimiento no sea demasiado de ir a beber mezcal.
18 de Junio. El Prieto está muy cabrón. Habló con otros dos compañeros de su doctorado para indagar más respecto a la pieza, y creen que la obsidiana puede ser del Posclásico Tardío, quizá del Temprano. También le dijeron que el trabajo era típico de la zona de Lambityeco, Yagul y Dainzú, de la época antes de su declive, y esto coincide con el lugar de encuentro del primer cuchillo (aunque persiste la duda del segundo). De la empuñadura nos dijeron que proviene de la mandíbula de una misma persona, asesinada durante la época de la conquista, y que seguramente la sacaron del cráneo de un niño o de una mujer muy joven. Y el pinche Prieto mezcalero de corazón, nos dijo que sin lugar a dudas, el injerto es de inicios del siglo XIX, o sea que, en definitiva, es una pieza ecléctica con mucho menos valor arqueológico del que pensábamos, pero buen hallazgo al fin, lo suficiente como para que aparezca para toda la eternidad en un pequeño museo de sitio oaxaqueño justo a un lado mi nombre y el de Esteban. ¡Salud!
2 de Agosto. Vargas jodió todo de nuevo. Dice que esa pieza es una “manipulación sin técnica específica, obra de un indígena sin talento y de un orfebre todavía peor” y que ese tipo de afilado no era típico de ciudades posteriores al abandono de Monte Albán[14]. Cuando nos preguntó cuándo y dónde la habíamos encontrado, le dijimos que fue durante la sesión de fotografías que los de chicos de Historia del Arte nos habían encomendado de los murales de los pisos y muros de Yagul, y que aprovechando un momento de ocio, subimos por el cerro de sur a norte, siguiendo por las plataformas escalonadas primero, y después por entre los arbustos para llegar a la cima de La Fortaleza, con el propósito de tomarle una serie de fotos panorámicas al conjunto, y donde se apreciaran mejor; el Patio donde está la gran rana, la forma perfecta en “I” del monstruoso juego de pelota[15], la calle de las grequitas[16], así como el Palacio de los Seis Patios. Obviamente omití el detalle de mi accidente al tratar de bajar hacia las tumbas. Tampoco mencioné como el estúpido de Esteban se burló durante todo el viaje de regreso, así que fui directo al momento en que, al limpiarme sangre y lágrimas, vi un destellito que iba y venía según movía mi cabeza. Vargas me preguntó si nos habíamos metido a la Tumba del Edificio U, pero por supuesto le dijimos que no. Y no lo habíamos hecho, sólo subimos a tomar una cuantas fotos más antes de irnos, pero tengo el presentimiento de que no nos creyó, y de que nos espera trabajo de oficina para toda la eternidad. ¡Salud!
21 de Agosto. Esteban se casa en Febrero. No tengo ánimos de nada. Sólo de mezcal.
Yej Susen
Y así como te digo, fue cuando los finísimos señores de Lyobba se alebrestaron contra los señores brillantes, y éstos les arrojaron ese espantoso fuego que resuena como una tormenta, y así fue cómo los movieron al valle y les destruyeron sus casonas, y sus templos, y hasta su juego de pelota, y a todos nosotros nos daba mucha pena, porque eran tierra y sangre, y eran un todo con el todo, y los señores de Monte Albán les tenían en respeto. Y a ellos también les tocó sumergida, y también les tocó un nombre larguísimo, una fea vestimenta, y un trabajo sin ningún sentido para el gran Tlatlauhaqui[17]. Hasta la gran señora Xonaxi Queculla[18] pasaba gritando entre los árboles de noche, esperando llevarse a alguno de nosotros a Lyobaa. Si queríamos ir allí, porque los grandes señores se habían molestado porque nos habían prohibido el sagrado ritual, y nos lo gritaba Xonaxi, y nos lo gritaban los máximos señores Pitao Cocijo y Piquete Ziña[19] también, y fue cuando nos fuimos por última vez a Lyobba, cuando el sol se ocultaba, porque no caía nada de agua, ya no había nubes, y sin agua ya no había peces, y los animales que cazábamos se iban, y sin eso ya no teníamos nada que cambiar, porque no había nada de cosecha tampoco, y como ya no había cosecha, ya no había ni para los niños, y todo estaba entrando a una oscuridad de la cual no íbamos a salir sumergiéndonos en tinajas de agua y poniéndonos nombres largos. Y así, evadiendo a los señores brillantes, fue que un grupo de chamanes nos convocó a las afueras de Huāxyacac, y allí estábamos Niza y yo, y nos fuimos a Lyobba en silencio.
Y cuando llegamos allí no había nadie, y ya no quedaba nada del centro político y religioso que era Lyobba. Estuvimos, te digo, buscando dónde empezar el ritual sagrado, pero ya en ninguno de los grandes conjuntos se estaba seguro[20], porque muchos eran plazas y plataformas en donde todo se veía desde afuera, y allí estaban unos señores brillantes, en vigilia que porque estaba viendo cómo construir uno de esos castillos gigantes[21] y ya nos habían dicho otros pobladores que a ellos les gustaban destruir los templos de los máximos señores para construir sus fortalezas. Y Niza y yo lo sabíamos también, así que teníamos que apurarnos con el ritual o los máximos señores iban a estar todavía más molestos, y nos fuimos más, más al sur, porque en el antiguo Palacio los accesos estaban tapados y ya hasta las plantitas que estaban crecidas le habían quitado su color rojo bonito a las grecas que tenían, y ya casi ni se veían, y Niza no hacía más que maravillarse con ese lugar que nunca había pisado antes, imaginándose como vivían aquellos señores, sabios y poderosos, políticos y religiosos, en sus tardes de discusiones, en la placita fuera de sus habitaciones, observando el cosmos allá arriba, y al señor Tlatlauhaqui.
Uno de los chamanes fue el que nos dijo que nos fuéramos más al sur, que allí habían unas tumbas, y que allí nos iban a escuchar mejor los señores del inframundo, y nos fuimos para allá, Niza y yo, y el resto de las gentes. Y atravesamos el patio alargado con las columnas grandes, y bajamos por la escalinata con cuidado de no hacer ruido, con el temor de que nos fueran a descubrir, porque los señores brillantes no querían a los dioses como nosotros los queríamos, y encerraban a cualquiera que los siguiera queriendo así como siempre lo habíamos hecho. Por eso uno grandote del grupo se quedó esperando en el acceso para vigilar, y el resto nos metimos al pequeño espacio, y los viejos sacerdotes se apresuraron a terminar con todo de la manera más rápida posible, tanto que ni oportunidad tuvimos de ver los tallados y los detalles del interior, también con grecas y pinturas como en el Palacio que a Niza le había gustado tanto. Entonces, tres chamanes se colocaron en el centro del lugar, tomando cada uno desde el interior de su cacaxtle[22], una pieza afilada de obsidiana con empuñadura de madera que habían cargado desde Huāxyacac, y tan rápido fue todo que nunca vi cuando desnudaron y acostaron a Niza boca arriba sobre la piedra central, pero después de la premura y la agitación, nos quedamos tranquilos al fin, porque los máximos señores de las nubes y la lluvia, del sol y del inframundo, ya no iban a estar enojados.
[1] “Lugar de Descanso” en zapoteco, y que era el nombre que éstos le daban a Mitla.
[2] Deidades del inframundo en la mitología zapoteca.
[3] Ñuu Dzahui es el nombre de la región habitada por los mixtecos, que quiere decir “País de la Lluvia”
[4] Traducción de los nombres en náhuatl de Ahuizótl y Cuauhtémoc. Xilabela es el nombre dado en zapoteco a la hija de Ahizótl, nacida en México-Tenochtitlan con el nombre de Quetçalcoatl.
[5] Se cree que los zapotecos tenían la costumbre de dejar un montón de ceniza fuera de su casa el día del nacimiento de un infante para nombrarle según la primera huella que identificaran.
[6] Referido a la decisión de un destacamento enviado por Cortés a establecerse en un lugar más al sur del Valle de Oaxaca. Éste grupo desobedeció al conquistador y decidió establecerse en lo que hoy conocemos como la Ciudad de Oaxaca.
[7] El nombre de Oaxaca proviene del náhuatl Huāxyacac, que quiere decir “en la punta del huaje”, pero durante gran parte de la época colonial, se le conoció como Ciudad de Antequera.
[8] 25 metros de alto y 15 de ancho, aproximadamente.
[9] Los elementos de la fachada son características del mudéjar, aunque existen elementos del gótico en el resto de la iglesia.
[10] El Convento de Yanhuitlán solía tener servicios de hospedaje para los visitantes de la ruta comercial.
[11] Arqueólogo estadounidense que trabajó en la zona palaciega de Lambityeco.
[12] En la tercera de sus Cartas de Relación, Cortés pidió a Carlos I que enviara órdenes de religiosos, específicamente, franciscanos y dominicos. Éstos últimos, fundados por el español Domingo de Guzmán, se caracterizaron por sus labores evangelizadoras en los pueblos mexicas, mixtecas y zapotecas.
[13] Las Torres del Campanario del Templo de Santo Domingo de Guzmán son visibles incluso desde Monte Albán.
[14] Entre el Posclásico Temprano y Tardío, alrededor del 1100 d.c.
[15] Según investigadores, el más grande de Mesoamérica después del de Chichén Itzá en Yucatán.
[16] Un muro de unos 40 metros de largo con grabados muy similares a los de Mitla.
[17] El Dios del Sol zapoteco.
[18] Deidad de la Muerte a la que también se le atribuyó la famosa figura de “La Llorona”.
[19] En la mitología zapoteca, el Dios de la Lluvia, el Rayo y las Nubes, y el Dios Murciélago, respectivamente.
[20] Los conjuntos de Mitla eran cinco: 1) El del Norte, 2) el de las Columnas, 3) el del Adobe o del Calvario, 4) el del Arroyo y 5) el del Sur.
[21] El Templo de San Pablo Apóstol Villa de Mitla, que comenzó a construirse en 1590.
[22] Era un armazón de madera usado para cargar y transportar objetos.
[23] Antes de la llegada de los españoles, el sitio era una laguna.
[24] Los pueblos mesoamericanos mantenían un vínculo estrecho con sus antepasados, y se reconocía que el tiempo presente estaba fundado en los hechos del pasado.
[25] Aves muy avistadas durante nuestra visita a la zona.
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